Si alguien se queja de que le «duele pensar», puede que tenga razón, ya que el esfuerzo mental parece estar asociado a sentimientos desagradables en muchas situaciones como el estrés, la frustración o la irritación, según una investigación publicada en ‘Psychocological Bulletin’ por la Asociación Estadounidense de Psicología.
«Los directivos suelen animar a los empleados, y los profesores a los estudiantes, a realizar un esfuerzo mental. A primera vista, esto parece funcionar bien: los empleados y los estudiantes suelen optar por actividades que suponen un reto mental. A partir de esto, se puede tener la tentación de concluir que los empleados y los estudiantes tienden a disfrutar pensando mucho. Nuestros resultados sugieren que esta conclusión sería falsa: en general, a la gente le disgusta mucho el esfuerzo mental», afirma el autor principal Erik Bijleveld, PhD, de la Universidad de Radboud.
Los investigadores realizaron un metaanálisis de 170 estudios, publicados entre 2019 y 2020 y que incluían a 4.670 participantes, para examinar cómo la gente experimenta en general el esfuerzo mental. Lo hicieron comprobando si el esfuerzo mental está asociado a sentimientos desagradables y si esa asociación depende de la tarea o de la población implicada.
Los estudios utilizaron una variedad de participantes (por ejemplo, empleados de atención médica, empleados militares, atletas aficionados, estudiantes universitarios) de 29 países e involucraron 358 tareas cognitivas diferentes (por ejemplo, aprender una nueva tecnología, orientarse en un entorno desconocido, practicar golpes de golf, jugar un juego de realidad virtual). En todos los estudios analizados, los participantes informaron el nivel de esfuerzo que realizaron, así como el grado en que experimentaron sentimientos desagradables como frustración, irritación, estrés o molestia.
En todas las poblaciones y tareas, cuanto mayor era el esfuerzo mental, mayor era la sensación de malestar experimentada por los participantes.
«Nuestros hallazgos muestran que el esfuerzo mental se siente desagradable en una amplia gama de poblaciones y tarea. Es importante que los profesionales, como los ingenieros y los educadores, lo tengan en cuenta al diseñar tareas, herramientas, interfaces, aplicaciones, materiales o instrucciones. Cuando se requiere que las personas realicen un esfuerzo mental sustancial, es necesario asegurarse de apoyarlas o recompensarlas por su esfuerzo», apunta el autor.
Un hallazgo interesante, según Bijleveld, fue que, si bien la asociación entre el esfuerzo mental y los sentimientos adversos seguía siendo significativa, era menos pronunciada en los estudios realizados en países asiáticos en comparación con los de Europa o América del Norte.
Esta diferencia encaja con la idea general de que la aversión al esfuerzo mental puede depender del historial de aprendizaje de las personas. Los estudiantes de secundaria en los países asiáticos tienden a dedicar más tiempo a las tareas escolares que sus homólogos europeos o norteamericanos y, por lo tanto, pueden aprender a soportar niveles más altos de esfuerzo mental en etapas tempranas de sus vidas, dijo.
Más importante aún es la observación en el mundo real de que, a pesar de la naturaleza aversiva de las tareas que suponen un desafío mental, la gente sigue participando voluntariamente en ellas, señala Bijleveld.
«Por ejemplo, ¿por qué millones de personas juegan al ajedrez? La gente puede aprender que es probable que el esfuerzo mental en algunas actividades específicas conduzca a una recompensa. Si los beneficios del ajedrez superan los costes, la gente puede optar por jugar al ajedrez e incluso autodeclarar que disfruta del ajedrez», afirma. «Sin embargo, cuando la gente decide realizar actividades que requieren un esfuerzo mental, esto no debe tomarse como una indicación de que disfruta del esfuerzo mental como tal. Tal vez la gente elija actividades que requieren un esfuerzo mental a pesar del esfuerzo, no por él», concluye Bijleveld.