Hay días odiosos, pese a que el veranillo de San Miguel, con su sol y sus temperaturas agradables, inviten al disfrute pleno de lo que nos ofrece la vida.
Pero hay días, como este maldito viernes, en los que la existencia misma nos depara también jornadas oscuras, profundamente tristes, demoledoras.
Así ha amanecido este día, con el adiós definitivo de nuestro buen amigo y colega Agustín Lomeña.
Lo de menos es que el periodismo del bueno también se queda un poco más huérfano con la marcha del compañero. Lo peor de todo es que su gran corazón, en el que albergaba admirables sentimientos que muchas veces tuvimos la suerte de compartir, dejó de latir, y la condena de su ausencia permanente se nos antoja tan cruel como injusta.
El puñetero ciclo de la vida, y de la muerte, vuelve a dictar su sentencia inexorable. Y esta vez, otra vez, nos arranca un trocito del alma cuando Agustín se entrega ya a la eternidad bendita solo reservada a los mejores, a quienes más quisieron y se hicieron querer. A quienes dedicamos aquello tan socorrido de que era “buena gente”.
Damos fe de ello. Quienes formamos “El Noticiero” compartimos hoy hasta en lo más hondo el dolor de su familia y del resto de sus amigos, que son muchos. Pero, sobre todo, porque no hay otro remedio, nos aferramos más que nunca a muchos recuerdos de momentos inolvidables, de alegría compartida, de preocupación conjunta por las cuitas de esta loca profesión que él tanto amó.
Nos agarramos, igualmente, con desesperación, al recuento de tantas y tantas vivencias intensas que fueron forjando la bendita amistad que es hoy nuestro recurrente consuelo a tanto dolor.
Sabemos que es caer en el tópico, pero nunca más cierto y verdadero que ahora aquello de que no te vas, te quedas entre nosotros para siempre. Porque, es cierto, la gente como tú no muere, simplemente se traslada, pero su valía humana permanece eternamente. No lo dudes. Ni tampoco quienes hoy te lloran desconsoladamente, a quienes deseamos sobre todo que logren percibir el cariño verdadero que le profesamos quienes lo conocimos y disfrutamos.
Hasta siempre, amigo. Descansa en la paz que, seguro, mereces. Y no dudes en recoger con tu generosidad de siempre el enorme abrazo que te damos en este punto de la despedida.
Que Dios te bendiga.